Cada año, en diciembre, el mundo se ilumina con luces, villancicos y celebraciones. La Navidad se convierte en un tiempo de reuniones familiares, intercambio de regalos y tradiciones que todos conocemos. Sin embargo, es fácil olvidar el mensaje más profundo y transformador que se encuentra en el corazón de esta fecha: Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre para traer salvación y vida eterna a la humanidad.
Desde la perspectiva bíblica, la Navidad no es un evento histórico ni una festividad cultural: es un recordatorio solemne y lleno de esperanza del plan de amor que Dios diseñó para rescatar a un mundo caído.
Un Dios que se acerca
El verdadero significado de la Navidad comienza con una verdad extraordinaria: Dios se hizo hombre. El Creador del universo aceptó nacer como un bebé indefenso, en un establo humilde, para compartir nuestra vida, nuestros desafíos y nuestra condición humana.
El evangelio de Juan lo resume con una sencillez que conmueve: “Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
Jesús no vino simplemente a enseñar ni únicamente a dar ejemplo de bondad. Vino a ser Dios con nosotros, Emmanuel, a caminar entre personas frágiles y rotas, para ofrecer una solución que nadie más podía dar: su propia vida como rescate por la humanidad.
Una misión de amor: salvar, restaurar y transformar
En Navidad recordamos no solo el nacimiento, sino también la misión que ese nacimiento inauguró. Jesús vino para:
- Revelar el carácter del Padre, lleno de gracia y verdad.
- Derrotar el pecado, ofreciéndose como sacrificio perfecto.
- Mostrar el camino hacia la vida eterna, no solo con palabras, sino con su propia vida.
Más que una fecha: una invitación a vivir con propósito
Como adventistas comprendemos que la Biblia no da una fecha exacta del nacimiento de Jesús, y por eso no celebramos la Navidad como un mandato. Sin embargo, este tiempo del año nos brinda una hermosa oportunidad para reflexionar, adorar y compartir esperanza.
El espíritu auténtico de la Navidad no es el consumismo, ni el sentimentalismo superficial, sino una invitación a:
- Volver a Jesús, el centro de nuestra fe.
- Agradecer su sacrificio, que nos da salvación.
- Recordar la promesa de su regreso.
- Mostrar amor práctico a quienes nos rodean, especialmente a los que sufren.
Cada gesto de bondad, cada palabra de ánimo, cada acto de servicio se convierte en una manera de honrar al Cristo que vino a salvarnos.
Una celebración que mira al futuro: del pesebre a la segunda venida
La Navidad no termina en el pesebre. El niño nacido en Belén es también el Rey que volverá en gloria. Celebramos su primera venida con la mirada puesta en la segunda: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11).
La Navidad nos recuerda que el plan de salvación avanza. El Dios que vino a habitar entre nosotros volverá para restaurar todas las cosas y cumplir su promesa de vida eterna.
Que esta Navidad Jesús sea el centro
En medio de luces, regalos y celebraciones, que no perdamos de vista lo esencial:
la Navidad es una historia de amor divino, de humildad y de salvación.
Que cada hogar, cada corazón y cada lector pueda detenerse, reflexionar y decir con gratitud: “Jesús, gracias por venir. Gracias por nacer, por vivir, por morir y por resucitar, para darme esperanza.”
Y que este tiempo sea una oportunidad para renovar nuestra fe, fortalecer nuestra relación con Dios y compartir la luz de Cristo en un mundo que tanto lo necesita.



















